Durante más de 100 años, el motor de combustión interna ha sido uno de los mayores inventos de la humanidad. Su impacto transformó la industria, la movilidad y la forma en que concebimos la distancia y el transporte. Hoy, cuando la movilidad eléctrica acapara titulares, es importante recordar que la combustión interna no ha dicho su última palabra.
De gas a gasolina: una historia de adaptación
Los primeros motores, a finales del siglo XVIII, funcionaban con gas. Sin embargo, la adopción de combustibles líquidos impulsó su popularización y desarrollo. El hito llegó en 1885, cuando Gottlieb Daimler y Wilhelm Maybach construyeron el primer motor de combustión interna y carburador prácticos, sentando las bases del automóvil moderno.
Desde entonces, este tipo de motor ha acompañado el crecimiento de la sociedad industrial: más de mil millones de motores de combustión interna (ICE) circulan hoy por nuestras carreteras.
Un mercado que aún crece
Contrario a la creencia popular, el mercado global de motores de combustión interna no solo sigue vigente, sino que crecerá de los actuales 200.000 millones de dólares a 300.000 millones en 2033.
La razón es clara: mientras que en regiones desarrolladas se apuesta por la electrificación, países emergentes como India y otras economías en vías de desarrollo siguen dependiendo de la combustión como solución viable y asequible para la movilidad.
El coche eléctrico avanza, pero la combustión resiste
Los vehículos eléctricos han pasado de representar apenas el 2% de las ventas en 2018 al 18% actual de los coches nuevos en todo el mundo. Aun así, siguen siendo una minoría frente al vasto parque de vehículos de combustión existentes.
Los porcentajes varían drásticamente según la región: en Noruega, los eléctricos dominan con más del 97% de las matriculaciones, mientras que en Japón apenas alcanzan el 1%. En España, la cuota ronda el 7% y sigue en aumento.
El reto ambiental y las soluciones tecnológicas
Los motores de combustión interna emiten gases contaminantes como hidrocarburos no quemados, monóxido de carbono y óxidos de nitrógeno, contribuyendo al calentamiento global y a problemas de salud pública. Para contrarrestarlo, ingenieros y científicos trabajan en:
✅ Inyección directa de combustible, para un control más eficiente de la mezcla.
✅ Turbocompresores, que aumentan la potencia manteniendo tamaños de motor más reducidos.
✅ Sistemas híbridos, combinando motor de combustión y eléctrico para mejorar la eficiencia.
Recuperar energía: el desafío del calor perdido
Uno de los puntos débiles de estos motores es su baja eficiencia energética: solo alrededor del 30% de la energía generada se aprovecha, mientras el resto se disipa como calor.
Para darle uso a esta energía desperdiciada, se están desarrollando tecnologías innovadoras como el generador termoeléctrico (TEG), capaz de convertir el calor del escape en electricidad utilizable, reduciendo así el consumo de combustible y las emisiones de CO₂.
Además de los TEG, se exploran otras soluciones como ciclos de fondo, dispositivos de turbocomposición eléctrica, motores Stirling y generadores termoacústicos, aunque los TEG destacan por ser más compactos, silenciosos y de bajo mantenimiento.
La combustión interna no se rinde
A pesar de la presión regulatoria —como la prohibición de ventas de coches de combustión en Europa a partir de 2035 y en algunos estados de EE. UU., como California—, la combinación de innovación tecnológica, optimización de la eficiencia y combustibles alternativos permite que el motor de combustión interna siga jugando un papel relevante en la movilidad mundial.
Después de más de un siglo impulsándonos hacia adelante, este motor legendario sigue teniendo mucho que aportar al futuro de la automoción.